IntroducciónEl rol de género se refiere a la construcción individual, proveniente de los significados socialmente compartidos, acerca de lo que es ser hombre o mujer, adoptando papeles y actitudes que se incorporan como propios (Matud, Rodríguez, Marrero y Carballeira, 2002). Esto implica un proceso de observación y aprendizaje que necesariamente ocurre, primero, dentro del grupo social inmediato y, después, en el contexto en el que el individuo se encuentra inmerso, pues debe identificarse con otras personas y grupos, según su experiencia, pero al mismo tiempo debe también diferenciarse de ellos (Rocha, 2009).Se han propuesto diferentes modelos para explicar el proceso por el que los individuos adoptan el rol de género que desempeñan durante la vida adulta (para una revisión, véase García-Leiva, 2005). El desarrollo del rol de género comienza desde edades muy tempranas (Martin y Ruble, 2010), pero se ha planteado que durante la adolescencia, que es un período de maduración en el que el joven está conformando su propia identidad personal e individual (Pereira, 2011), las personas exploran y se comprometen con papeles y valores en una amplia variedad de dominios de vida, tales como: los políticos, ocupacionales, de relaciones íntimas y/o de amistad, así como de roles de género (Steensman, Kreukels, de Vries y Cohen-Kettenis, 2013). Tras tal proceso, el individuo puede adoptar y ejecutar diferentes características categorizadas como «propias» de las mujeres o «propias» de los hombres. Entre estas aparecen algunas características que son consideradas deseables, ya que representan las dimensiones positivas del género (feminidad y masculinidad), pero también existen características no deseables o negativas (sumisión y machismo).Actualmente se considera que los individuos, sin importar su sexo, pueden desplegar características tanto positivas como negativas al mismo tiempo, puesto que estas son propiedades independientes entre sí (Bem, 1974; Lara, 1993). No obstante, se debe tener en cuenta que las características que poseen los individuos emergen de la división de labores en una sociedad que en sí misma es producto de fuerzas sociales y culturales en interacción con las particularidades biológicas de cada sexo (Wood y Eagly, 2012); es decir, los roles que se adoptan están altamente relacionados con el contexto sociocultural en el que se desarrollan los hombres y las mujeres.Históricamente, en América Latina han predominado las estructuras sociales patriarcales, y sobre los hombres se han asentado características como el poder y la autoridad (Nehring, 2005); mientras que la identidad femenina se ha representado en términos de dependencia y del cuidado a los otros, lo que condiciona a las mujeres a anteponer las necesidades de los demás a las propias (Martínez, Bonilla, Gómez y Bayot, 2008). Sin embargo, en los últimos años los patrones tradicionales han sufrido una transformación, al permitirse nuevas alternativas de conducta tanto para los hombres como para las mujeres. Ha comenzado a observarse una progresiva incorporación de las mujeres al mercado de trabajo remunerado y a los puestos de poder, mientras que a los hombres se les anima a estar en sus casas y desempeñar roles de cuidador, lo cual ha modificado las condiciones reales de vida de ambos sexos. Pero esto no ha cambiado el hecho de que los atributos femeninos sean considerados poco valiosos, mientras que los masculinos tengan un valor elevado dentro de la sociedad. Como efecto de tal fenómeno, las mujeres experimentan una mayor comodidad con la adopción de valores tradicionalmente masculinos, mientras que esto no necesariamente es así en el caso de los hombres respecto a la realización de aquellas tareas tradicionalmente consideradas femeninas (Téllez y Verdú, 2011; Tobío, 2012). Así, a pesar de que las actividades de hombres y mujeres se han venido modificando a lo largo del tiempo, es común que el desempeño de los roles de género tradicionales persistan en la población (Aguilar, Valdez, González-Arratia y González, 2013; González, Silva y Mendoza, 2015; Saldívar et al., 2015).Por otro lado, se ha propuesto que mientras que las características femeninas y masculinas del rol de género, en tanto positivas o socialmente deseables, promueven un buen desempeño social entre los individuos, las características negativas del género (machismo y sumisión) están asociadas con conductas que pueden poner en riesgo la salud. Por ejemplo, se han visto relacionadas con el tomar mayores riesgos, con la falta de atención a la propia salud (Himmelstein y Sanchez, 2014), y con un mayor consumo de tabaco y alcohol (Chávez-Ayala, Rivera-Rivera, Leyva-López, Sánchez-Estrada y Lazcano-Ponce, 2013). Además, se ha observado que existe relación entre el despliegue de características negativas del rol de género y las actitudes negativas hacia la alimentación, como son: la motivación para adelgazar, la preocupación por la comida, la realización de dietas restrictivas (Anastasiadou, Aparicio, Sepúlveda y Sánchez-Beleña, 2013; Mendoza, González y Silva, 2013) y la insatisfacción corporal (Swami y Abbasnejad, 2010). Incluso, se ha planteado que la sumisión y el machismo pudieran ser factores asociados a la aparición de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), como son la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa, y más aún cuando se presentan discrepancias entre las características del rol de género con las que una persona se autodescribe y las que le gustaría desempeñar, o bien, aquellas que considera que la sociedad espera; esto es que, cuando los individuos se sienten más desajustados al rol de género que desempeñan, se eleva también la presencia de actitudes negativas hacia el peso y la alimentación (González y Silva, 2014; Green et al., 2011).Por tanto, la investigación previamente expuesta plantea que las características negativas de los roles de género se relacionan con actitudes asociadas a la sintomatología de los TCA. Pero, por otra parte, se ha propuesto que el rol de género que adoptan los individuos depende en gran medida del contexto sociocultural en el que se desenvuelven las personas (Wood y Eagly, 2012). Así, la existencia de diferencias en la forma en la que se asume el rol de género, en función de los diferentes contextos, podría implicar también que las conductas y actitudes hacia la alimentación sean diferentes, dependiendo del entorno en el que se desenvuelven los individuos.Durante los últimos años los contextos socioculturales en México han sufrido una serie de cambios económicos, políticos y sociales que influyen en la forma como también se han transformado los grupos y los individuos, esto pese a que tales cambios no sucedan con la misma celeridad en las diferentes regiones del país. Así, desde su distribución geográfica, las diferencias entre regiones resultan importantes, ya que suelen suponer desigualdad; por ejemplo, en términos de urbanización y desarrollo humano (Suárez, Ruiz y Delgado, 2012). Dado que la concentración de recursos potencia las condiciones de cambio y desarrollo, las grandes ciudades tienen mayores ventajas respecto a los contextos suburbanos o rurales; sin embargo, recordemos que los cambios culturales, sociales y económicos inciden también en la forma en que se constituye la identidad en general, y el rol de género en particular.La mayoría de los estudios respecto al rol de género y la alimentación, como los mencionados anteriormente, se han realizado en contextos urbanos, en los que los roles tradicionales son cada vez menos frecuentes o, al menos, aparecen menos intensamente. Sin embargo, esto ha supuesto el dejar de lado el estudio de poblaciones inmersas en entornos más apegados a los modelos de conducta convencionales o tradicionales. Así, no es del conocimiento de las autoras la existencia de estudios previos que hubieran analizado la interacción entre los roles de género y las actitudes hacia la alimentación en adolescentes de diferentes contextos socioculturales.Por tal motivo, el presente estudio se dirigió a cumplir dos objetivos. Primero, examinar la existencia de diferencias entre mujeres adolescentes de dos contextos socioculturales distintos (uno apegado a los roles tradicionales y uno menos adherido a dichos roles), respecto a cinco parámetros: los roles de género con los que se autodescriben, los roles que les gustaría desempeñar, los roles que consideran que debería desempeñar la «mujer ideal» en el contexto en el que viven, el nivel de ajuste entre los roles que desempeñan (autodescripción) y el que perciben como ideal personal, así como el nivel de ajuste entre los roles que desempeñan (autodescripción) y el que perciben como ideal social. En segundo lugar, se pretende dilucidar si los roles de género que desempeñan unas y otras, contexto tradicional vs. contexto no tradicional, predicen sus actitudes hacia la alimentación.Conocer dicha información permitirá tener datos que podrían ser útiles para el diseño de estrategias de prevención y tratamiento enfocadas a distintas poblaciones, dependiendo del tipo de contexto al que pertenezcan.Esta investigación parte de la premisa de que en el contexto considerado tradicional (o más apegado a los roles tradicionales), las adolescentes desempeñarán, idealizarán y considerarán la prescripción social proveniente de su entorno con base a más características negativas del rol de género que las adolescentes del contexto no tradicional. Si esta premisa se cumple, se eleva la probabilidad de que sean las adolescentes del contexto tradicional las que presenten mayor desajuste en su rol de género y actitudes más negativas hacia la alimentación. Además, en concordancia con otros estudios, también se espera que el rol de género, particularmente las características negativas, predecirá la presencia de actitudes negativas hacia el peso y la alimentación, pero que las características predictoras podrían diferir entre uno y otro grupo.MétodoSe realizó un estudio no experimental transversal, con un muestreo no probabilístico e intencional.ParticipantesParticiparon 392 mujeres adolescentes de entre 13 y 18 años de edad (M=15.02; DE=1.32), todas estudiantes de escuelas públicas.El primer grupo, denominado tradicional, estuvo conformado por 198 adolescentes (Medad=14.94, DE=1.31) del municipio de Pungarabato, el cual está ubicado en la región de «Tierra caliente», en el noroeste del estado de Guerrero, que se localiza al sur de México. De estas participantes, 46.5% cursaba estudios de secundaria y 53.5% de preparatoria.El segundo grupo, denominado no tradicional, quedó formado por 194 adolescentes (Medad=15.10, DE=1.33) residentes en la Ciudad de México, la cual es la ciudad capital de México, y se ubica en el centro geográfico del país. El 64.6% de estas participantes cursaban estudios de secundaria y 35.4% de preparatoria.Por tanto, la delimitación de contexto tradicional y no tradicional se basó en sus características sociales y demográficas. El estado de Guerrero se conforma de distintas etnias que conservan normas y formas de relación tradicionales, con 63% de su población viviendo en situación de marginación, con carencias educativas, de servicios de salud, de vivienda y de empleo (Morales-Hernández, 2015). Por el contrario, la Ciudad de México, en tanto la capital del país, concentra recursos económicos, educativos, culturales y de salud (Sobrino, 2012).InstrumentosInventario de Masculinidad y Feminidad (IMAFE) (Lara, 1993): constituye una adaptación del Inventario de Roles Sexuales de Bem (1974), cuyo propósito es medir rasgos de personalidad asociados con los roles de género, pero basándose en los aspectos más representativos de los papeles y estereotipos de la cultura mexicana. Por tanto, en el IMAFE, a las escalas de Feminidad y Masculinidad propuestas originalmente por Bem, Lara agregó dos escalas más (Sumisión y Machismo), que corresponden a las características negativas de uno y otro rol, respectivamente. Así, el IMAFE consta de 60 reactivos, 15 para cada una de sus cuatro escalas, diseñados bajo una escala tipo Likert con siete opciones de respuesta, que van de «Nunca o casi nunca soy así» a «Siempre o casi siempre soy así».En población mexicana, el IMAFE ha mostrado contar con una alta consistencia interna en sus cuatro escalas, con un α de Cronbach que va de 0.74 a 0.92 (Lara, 1993); además, ha mostrado una adecuada validez concurrente, ya que las puntuaciones en sus cuatro escalas correlacionan con las del Inventario de Roles Sexuales de Bem (1974), con coeficientes r de Pearson que van de 0.81 a 0.94.De acuerdo con Lara (1993), se pueden modificar las instrucciones de respuesta del instrumento, conforme al tipo de información que se quiera obtener. En esta investigación se pidió a las participantes que respondieran a tres preguntas para cada adjetivo: ¿Cómo soy?, ¿Cómo me gustaría ser? y ¿Cómo debe ser una mujer?, a fin de obtener la Autodescripción, el Ideal personal y la Prescripción social del rol de género. Además, con las respuestas también es posible obtener dos puntuaciones de ajuste respecto al rol de género. Primero se calculó el Ajuste respecto al ideal personal, que se obtuvo restando la puntuación del Ideal personal a la obtenida en la Autodescripción, esto en cuanto a cada una de las cuatro escalas del rol de género (Masculinidad, Feminidad, Machismo y Sumisión); y, en segundo lugar, se obtuvo el Ajuste respecto a la prescripción social, que se obtuvo restando la puntuación registrada en Prescripción social a la obtenida en Autodescripción, esto en cuanto a cada una de las cuatro escalas del rol de género. Dada la inexistencia de un punto de corte relativo a los dos valores obtenidos de ajuste respecto al rol de género, no es posible definir cuál puntuación es saludable y cuál no lo es; sin embargo, un buen ajuste supone que el rol en Autodescripción y el rol en Ideal personal asuman valores muy cercanos entre sí, de modo que entre más alejado de cero esté dicha puntuación (ya sea positiva o negativa), más desajuste denotará.Test de Actitudes Alimentarias (EAT-40), desarrollado por Garner y Garfinkel (1979), permite evaluar las conductas y actitudes relacionadas con la ingesta alimentaria, la forma del cuerpo, el peso y la realización de ejercicio con el propósito de estar delgado. Además, permite identificar la presencia de síntomas y preocupaciones característicos de los TCA. Consta de 40 reactivos en una escala tipo Likert con seis opciones de respuesta, que van de «nunca» a «siempre».El EAT-40 fue validado en mujeres mexicanas por Alvarez-Rayón et al. (2004). Estos autores confirmaron que el instrumento tiene una adecuada consistencia interna (α=0.90), y su puntuación total correlacionó significativamente con el criterio de pertenencia a un grupo: anorexia, bulimia o control (r=0.77, p<0.0001), por lo que mostró tener una adecuada validez concurrente. Además, de acuerdo con su validación para México, el EAT-40 proporciona puntuaciones independientes para cinco factores, que son: a) Dieta restrictiva, b) Bulimia, c) Motivación para adelgazar, d) Preocupación por la comida, y e) Presión social percibida.ProcedimientoSe presentó el proyecto y se solicitó el permiso de las autoridades de distintas instituciones públicas de educación media tanto del estado de Guerrero, como de la Ciudad de México. Una vez obtenido el consentimiento informado de las escuelas, de las participantes y sus padres, se aplicaron el IMAFE y el EAT-40 de forma grupal, asegurando el anonimato a las participantes. Se excluyeron del análisis los datos de las adolescentes que rebasaron el punto de corte del EAT-40 (≥28), ya que pudieran indicar la presencia de sintomatología de TCA (Alvarez-Rayón et al., 2004) y, por lo tanto, sesgar los datos de la presente investigación.Análisis estadísticosPrimero, con el objetivo de conocer las diferencias entre los dos contextos respecto a los diversos aspectos del rol de género, se realizó un análisis de varianza multivariado (MANOVA) simple, donde la variable independiente fue el contexto y las variables dependientes fueron los tres aspectos del rol de género: Autodescripción, Ideal personal y Prescripción social en las cuatro dimensiones del mismo, así como las dos puntuaciones relativas al Ajuste del rol de género. Por tanto, la variable independiente fue el contexto, y las variables dependientes los tres aspectos del rol de género (Autodescripción, Ideal personal y Prescripción social) en las cuatro dimensiones del mismo (Masculinidad, Feminidad, Machismo y Sumisión), así como las dos puntuaciones de ajuste del rol de género (Ajuste respecto al ideal personal y Ajuste respecto a la prescripción social). Posteriormente, en un segundo MANOVA, se incluyeron como variables independientes los distintos factores que evalúa el EAT-40 (Dieta restrictiva, Bulimia, Motivación para adelgazar, Preocupación por la comida, y Presión social percibida), así como la puntuación total en el instrumento. Por último, se llevaron a cabo análisis de regresión lineal múltiple, paso por paso, para observar cuáles roles de género resultan los mejores predictores de las actitudes negativas hacia la alimentación para las adolescentes de cada uno de los dos contextos (tradicional vs. no tradicional).ResultadosA fin de conocer las diferencias entre los contextos tradicional y no tradicional respecto a los diversos aspectos del rol de género, y tras revisar los supuestos de normalidad de las variables dependientes, se realizó un MANOVA simple 2×20 con las puntuaciones del rol de género, usando como variable independiente el contexto. Las variables dependientes fueron los tres aspectos del rol de género: Autodescripción, Ideal personal y Prescripción social, en las cuatro dimensiones del mismo: Masculinidad, Feminidad, Machismo y Sumisión. También se utilizaron las dos puntuaciones de ajuste del rol de género (Ajuste respecto al ideal personal y Ajuste respecto a la prescripción social).En la tabla 1 pueden observarse las medias y desviaciones estándar de los grupos. Los análisis multivariados mostraron diferencias de gran magnitud entre los grupos (lambda de Wilks=0.47, F [12/379]=34.92, p<0.001, ηp2=0.52); mientras que los análisis univariados mostraron diferencias de mediana magnitud en Autodescripción de Masculinidad y pequeña en la Autodescripción de Sumisión. Así, las adolescentes del contexto tradicional se describieron con menos atributos de Masculinidad y más características de Sumisión que las adolescentes del contexto no tradicional. Por otro lado, en las escalas del Ideal personal del rol de género se observaron diferencias grandes respecto a la Sumisión y a Masculinidad, y pequeñas en Machismo y Feminidad, siendo las participantes del contexto tradicional quienes idealizan más las características femeninas, machistas y sumisas, y menos los atributos masculinos, respecto a las participantes del contexto no tradicional.En cuanto a la Prescripción social, se encontró una diferencia de gran magnitud en la escala de Sumisión, mediana en la de Masculinidad y pequeña en las de Feminidad y Machismo. De tal manera que las adolescentes del contexto tradicional consideraron que la mujer ideal debe ser más sumisa, machista y femenina, pero menos masculina de lo que consideraron las adolescentes del contexto no tradicional.Finalmente, con relación al ajuste respecto al Ideal personal, se encontró una diferencia mediana en la escala de Sumisión y pequeña en las escalas de Machismo, Feminidad y Masculinidad. Esto es, las participantes del contexto tradicional mostraron mayor desajuste en cuanto a las características de Feminidad, pero un mejor ajuste en las de Masculinidad, Machismo y Sumisión que las participantes del contexto no tradicional. No obstante, es de notar que las adolescentes de ambos contextos desearían ser más masculinas y femeninas, pero menos machistas y sumisas de lo que consideraron ser.Posteriormente, con el objetivo de examinar las diferencias entre las adolescentes de los dos diferentes contextos respecto a las actitudes hacia la alimentación, y tras revisar los supuestos de normalidad de las variables dependientes, se realizó un MANOVA simple 2×6, donde la variable independiente fue el contexto en el que viven las chicas (tradicional vs. no tradicional), y las variables dependientes fueron la puntuación total en el EAT-40 y en sus cinco factores (Dieta restrictiva, Bulimia, Motivación para adelgazar, Preocupación por la comida y Presión social percibida).Las medias y desviaciones estándar de los grupos (tradicional vs. no tradicional) se pueden consultar en la tabla 2. Los resultados multivariados identificaron diferencias de magnitud pequeña entre los grupos (lambda de Wilks=0.968, F [6/385]=2.151, p<0.05, ηp2=0.03), mientras que los análisis univariados mostraron diferencias significativas, pero también pequeñas, en cuanto a la puntuación total del EAT-40 y en sus factores: Dieta restrictiva, Preocupación por la comida y Bulimia. Sin embargo, no se registraron diferencias entre los grupos respecto a la Motivación para adelgazar o la Presión social percibida. Así, las adolescentes del contexto tradicional manifestaron que restringen más su dieta, experimentan mayor preocupación por la comida, realizan más conductas compensatorias y, en general, presentan más actitudes y conductas negativas hacia el peso y la alimentación que las adolescentes del contexto no tradicional.Después, con el propósito de conocer cuáles roles de género son los mejores predictores de las actitudes negativas hacia la alimentación, se realizó un análisis de regresión lineal múltiple (paso por paso), considerando como variables independientes las cuatro escalas del rol de género autodescrito, y como variable dependiente la puntuación total en el EAT- 40, cuyas puntuaciones más altas indican más actitudes negativas hacia la alimentación. No obstante, antes de efectuar el análisis de regresión, se verificaron los supuestos del modelo, y se comprobó que los residuos son independientes (DW=1.81). El diagrama de dispersión de los pronósticos tipificados por los residuos puso de manifiesto que hay igualdad de varianzas, y el histograma de los residuos tipificados mostró una distribución normal. En cuanto a la colinealidad entre las variables independientes, los valores del factor de inflación de la varianza se encuentran por debajo de 10, mientras que los índices de tolerancia son mayores de 0.10; por tanto, se descarta la existencia de colinealidad entre las variables independientes. Estos análisis ponen de manifiesto que el modelo es válido y los resultados son susceptibles de interpretación.El análisis de regresión se realizó con el total de participantes, es decir, en este análisis se incluyó a las adolescentes de ambos contextos (N=392). Se llegó al modelo final tras dos pasos. En el paso uno se incluyó la variable Sumisión (F [1,390]=9.20, p<0.004; R2corregida=0.02), mientras que en el paso dos se agregó al modelo la variable Machismo (F [1,389]=6.70, p<0.02; R2corregida=0.03, ΔR2=0.01). Los resultados se exponen en la tabla 3, y muestran que por cada unidad de incremento en Sumisión, las actitudes negativas hacia la alimentación aumentaron 1.96 unidades; mientras que por cada unidad de incremento en Machismo, las actitudes negativas hacia la alimentación aumentaron 1.64 unidades. Por tanto, mayores puntuaciones en Sumisión y Machismo se asociaron a actitudes y conductas más negativas hacia el peso y la alimentación.Finalmente, y a fin de conocer cuáles eran las variables del rol de género Autodescrito que mejor predecían las actitudes negativas hacia la alimentación en cada uno de los contextos, se realizaron dos análisis de regresión lineal múltiple (paso por paso), que fueron: uno para las participantes del contexto tradicional y otro para las participantes del contexto no tradicional (véase la tabla 4).Para las adolescentes del contexto tradicional (n=198) se realizó el análisis de regresión lineal múltiple considerando como variables independientes las cuatro escalas del rol de género Autodescrito y, como variable dependiente, la puntuación total en el EAT-40. Tras verificar los supuestos del modelo de regresión (independencia [DW=1.76], homocedasticidad [por medio del diagrama de dispersión de los pronósticos tipificados por los residuos tipificados], normalidad [con el histograma de los residuos tipificados] y colinealidad [valores del factor de inflación por debajo de 10, índices de tolerancia mayores de 0.10]), el análisis de regresión arrojó un modelo final tras un paso, en el que se incluyó la variable Machismo (F [1,196]=8.56, p<0.005; R2corregida=0.03), y se excluyeron las variables Masculinidad, Feminidad y Sumisión. Los resultados muestran que por cada unidad de incremento en Machismo, las actitudes negativas hacia la alimentación aumentaron tres unidades.Para las participantes del contexto no tradicional (n=194) también se realizó un análisis de regresión lineal múltiple, paso por paso, considerando como variables independientes las cuatro escalas del rol de género Autodescrito, y como variable dependiente la puntuación total en el EAT-40. Tras verificar los supuestos del modelo de regresión (independencia [DW=2.09], homocedasticidad [por medio del diagrama de dispersión de los pronósticos tipificados por los residuos tipificados], normalidad [con el histograma de los residuos tipificados] y colinealidad [valores del factor de inflación por debajo de 10, índices de tolerancia mayores de 0.10), el análisis de regresión llegó al modelo final tras un paso, en el que se incluyó la variable Sumisión (F [1,192]=4.05, p<0.05; R2corregida=0.01), y se excluyeron las variables Masculinidad, Feminidad y Machismo. Estos resultados muestran que por cada unidad de incremento en sumisión, las actitudes negativas hacia la alimentación aumentaron 1.65 unidades.DiscusiónEl primer objetivo del estudio fue conocer las diferencias existentes entre las adolescentes de dos contextos distintos (tradicional vs. no tradicional) respecto a los distintos aspectos del rol de género evaluados, que fueron: 1. las características del rol de género que consideran desempeñar (Autodescripción), 2. las características del rol de género que desearían desempeñar (Ideal personal), 3. las características del rol de género que creen que la sociedad espera de las mujeres (Prescripción social), 4. el Ajuste respecto al ideal personal, y 5. el Ajuste respecto a la prescripción social.Con relación a la Autodescripción, los resultados muestran, tal como se conjeturaba, que las adolescentes provenientes del contexto tradicional se autodescriben con base a roles más tradicionales (mayor Sumisión y menor Masculinidad) que las adolescentes del contexto no tradicional. Esto puede deberse a que en los contextos tradicionales suele no aceptarse que las mujeres sean independientes y desempeñen un amplio rango de características inherentes a la Masculinidad (Meras, 2005; Saldívar et al., 2015).En cuanto a las características que desearían poseer (Ideal personal), las participantes del contexto tradicional reportaron como su ideal ser más sumisas, más femeninas y más machistas que las adolescentes del contexto no tradicional. Al parecer, en el contexto tradicional las adolescentes desean desempeñar roles más apegados a lo que se ha considerado propio de las mujeres, pues desean ser más femeninas, e incluso más sumisas. Sin embargo, contrario a lo que se esperaba encontrar, también consideran que les gustaría tener más características machistas, las que incluyen atributos estereotipados de masculinidad, pero reduciéndola a la dureza, la agresividad y la ausencia de sentimientos (Téllez y Verdú, 2011). Es probable que las adolescentes, buscando adaptarse al discurso actual, en el que se muestra un patrón de mujer femenina y masculina al mismo tiempo (Rodríguez y Pérez, 2014), estuvieran confundiendo los rasgos masculinos, de mayor independencia y éxito, con la sobreinscripción a la masculinidad, llevando al extremo tales rasgos, hasta desear poseer atributos estereotípicos negativos, propios del Machismo. No obstante, estos postulados deberán ser probados en posteriores investigaciones.Es importante tener en cuenta que las adolescentes del contexto tradicional concedieron altos puntajes de Masculinidad a la mujer ideal; sin embargo, es importante notar que, en la presente investigación, estas características fueron aún más importantes para las adolescentes del contexto no tradicional. Estos resultados pudieran estar asociados a que, actualmente, en los contextos menos tradicionales son más frecuentes y acentuados los cambios en las labores que realizan hombres y mujeres, lo que ha propiciado que se permita y se espere que las mujeres presenten características consideradas anteriormente como propias de los hombres (Aguilar, Valdez y González, 2012; Saldívar et al., 2015). En congruencia con lo anterior, las adolescentes del contexto tradicional parecen suponer que la prescripción social dicta que la mujer ideal debe ser menos masculina, pero más femenina, machista y sumisa, a diferencia de sus pares del contexto no tradicional.En lo que concierne al Ajuste de rol de género, fueron las adolescentes del contexto no tradicional quienes presentaron un mayor desajuste, lo que implica que están más insatisfechas que las adolescentes del contexto tradicional con los roles que desempeñan. Es posible que esto se deba a que este grupo está más presionado que sus pares de contextos tradicionales para cumplir ideales cada vez más alejados del rol de género estereotípico. Al respecto, en la literatura se ha propuesto que el desajuste respecto al rol de género que poseen y el que desean poseer puede potenciar la presentación de la sintomatología de TCA (González y Silva, 2014), así como de actitudes negativas hacia la alimentación (Mendoza et al., 2013), por lo que estos datos podrían indicar que en los contextos no tradicionales, en este caso la Ciudad de México, pudiera haber más adolescentes en riesgo de involucrarse en la adopción de conductas alimentarias poco saludables. Sin embargo, es importante considerar que, en este estudio, las participantes de la Ciudad de México desearon tener más características positivas (particularmente de Masculinidad), y menos negativas (Machismo y Sumisión), lo cual puede ser benéfico, ya que al desempeño de características positivas de los roles de género se le ha asociado con la presencia de niveles más altos de autoestima, mayor éxito en las relaciones íntimas (Woodhill y Samuels, 2003), mayor capacidad para entender y aceptar diferencias mutuas (Woodman y Hemmings, 2008), el empleo de más estrategias de afrontamiento positivas (Huang, Zhu, Zheng y Zhang, 2012) y, en general, mejores prácticas de salud (Gale-Ross, Baird y Towson, 2009).No obstante, se debe ponderar la posibilidad de que si el contexto en el que viven las adolescentes les demanda el despliegue de más características positivas y menos características negativas del rol, ello podría resultar en una mejor salud física, psicológica y social (Juster, Pruessner, Desrochers, Bourdon y Durand, 2016; Matud et al., 2002); sin embargo, también podrían estarse sintiendo sobreexigidas, al tener que ejercer el rol de supermujeres, mismo que se ha visto asociado a la presencia de conductas negativas hacia la alimentación (Mendoza et al., 2013; Mensinger, Bonifazi y LaRosa, 2007).Los datos hasta ahora presentados permiten afirmar que las adolescentes de contextos distintos presentan diferencias en cómo se describen, en su idealización y en la percepción que tienen de la prescripción social del rol de género; y, además, que aquellas adolescentes de contextos no tradicionales tienden a desempeñar y a idealizar más características positivas de los roles de género, mientras que las adolescentes de los contextos tradicionales tienden hacia las negativas, lo cual pudiera poner a estas últimas en una posición de mayor vulnerabilidad para desarrollar un TCA (González y Silva, 2014), mayor consumo de tabaco y alcohol (Chávez-Ayala et al., 2013) y buscar excesiva atención (Himmelstein y Sanchez, 2014), entre otras problemáticas.De hecho, al comparar las actitudes hacia la alimentación entre las adolescentes de los dos contextos, se observó que aquellas del contexto tradicional presentan actitudes más negativas hacia la alimentación que sus pares de contextos no tradicionales. Las primeras manifiestan que restringen más su alimentación, experimentan mayor preocupación por la comida y presentan más conductas compensatorias, lo que probablemente las pone en mayor riesgo de desarrollar la sintomatología típica de los TCA, puesto que se ha propuesto que estos rasgos pueden anteceder al desarrollo de un TCA (Hernández-Escalante y Laviada-Molina, 2014; Stice, Marti y Durant, 2011).Por último, con el objetivo de conocer los roles de género que pueden predecir las actitudes negativas hacia la alimentación en los diferentes contextos, se realizaron tres análisis de regresión lineal. Los resultados mostraron que el poseer características negativas del rol de género está asociado con las conductas negativas hacia la alimentación. Sin embargo es esencial notar que, en las adolescentes del contexto no tradicional, las características sumisas fueron las que guardaron una mayor relación con las actitudes negativas hacia la alimentación, mientras que en el contexto tradicional lo fueron las características de machismo. No obstante, el hecho de que en contextos no tradicionales exista una mayor flexibilidad respecto a las características que pueden asumir las mujeres en la construcción del rol de género, pese a las presiones sociales al respecto, podría empezar a constituirse como un factor protector para el desarrollo de los síntomas típicos de los TCA y algunos otros problemas de salud.Este estudio permite corroborar que la sintomatología asociada a los TCA no es privativa de los contextos urbanos no tradicionales, en los que existe mayor exposición a presiones externas relacionadas con los cánones de belleza impuestos por la sociedad, y que sobre las actitudes negativas hacia la alimentación existe una influencia de la forma en la que se asume el rol de género. Sin embargo, valdría la pena aumentar el tamaño de los grupos para elevar el poder estadístico de las pruebas utilizadas. Además, en futuras investigaciones, debieran considerarse otros grupos de adolescentes (e.g., de la región norte de México) que, aunque también han desempeñado roles de género de corte tradicional, se han visto expuestos a presiones sociales específicas y distintas a las del centro y sur del país, como resultado de su ubicación geográfica, pero además de sus condiciones económicas.Estudiar si los contextos sociales en los que se desarrollan los jóvenes influyen en sus actitudes hacia la alimentación y, por tanto, pudieran conformarse como un factor que eleva la probabilidad de aparición de sintomatología relacionada con los TCA, obligaría a diseñar campañas de prevención específicas para cada población.Responsabilidades éticasProtección de personas y animalesLos autores declaran que para esta investigación no se han realizado experimentos en seres humanos ni en animales.Confidencialidad de los datosLos autores declaran que en este artículo no aparecen datos de pacientes.Derecho a la privacidad y consentimiento informadoLos autores declaran que en este artículo no aparecen datos de pacientes.FinanciaciónNinguna.Conflicto de interesesLas autoras declaran no tener conflicto de intereses.

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